18 octubre 2012

(in)experiencias adolescentes


Soy una mujer a la que en ocasiones le hace falta un hombre con seguridad e iniciativa, para lanzarme al vacío y entregarme por completo.

Prueba de ello es lo que me ocurrió con mi primer novio, o más bien, lo que no me ocurrió. Salimos juntos durante bastantes meses y como la mayoría de adolescentes, normalmente no disponíamos de un lugar en el que materializar juntos nuestros impulsos sexuales. De vez en cuando nos metíamos en algún portal e incluso recuerdo que una vez cogió las llaves del garaje de sus padres, nos metimos en el coche, y allí estuvimos una o dos horas, con la permanente idea en la cabeza de qué pasaría si de repente apareciera por allí su padre. En los meses de verano, no recuerdo bien por qué, sus padres solían irse de casa por las mañanas. Entonces iba yo, nos tirábamos en su cama y nos besábamos, nos poníamos muy cachondos, nos masturbábamos mutuamente… En esas y otras ocasiones, nos dejábamos llevar, siempre con la luz muy tenue si no apagada del todo, y disfrutamos de unos cuantos orgasmos en el transcurso de nuestra relación. Pero jamás llegamos a follar. Sabe dios que lo intentamos muchas veces, pero la cosa no funcionaba.

Aquella joven polla inexperta no tenía la cabeza donde la tenía que tener. No era capaz de mantener la erección que le permitiera ponerse un preservativo y penetrarme. No me lo llegó a decir nunca, pero yo notaba en su lenguaje corporal que le daba vergüenza que le viera desnudo. Y por eso la cosa fallaba cuando tocaba encender la luz para colocar el preservativo.

Desde mi inexperiencia, creo que actué bien. Jamás le presioné y le di menos importancia a aquello de la que seguramente le estaría dando él. Tal y como acabó nuestra relación, ahora me gustaría haber sido un poco más cabrona con él y hacerle sentir poco hombre o algo así, jajaja… En fin, rencores aparte. Sólo nos masturbamos el uno al otro; ni llegamos a hacer el amor, ni practicamos sexo oral.

Un par de meses después de que se terminara mi relación con él comenzó mi primera época de liberación sexual. Salía mucho de fiesta, estaba conociendo un montón de gente nueva y casi todos los fines de semana tenía algún rollete con algún chico. Normalmente todo se reducía a un intercambio de saliva y algún que otro magreo más o menos invasivo. Pero, paradojas de la vida, después de haber estado tanto tiempo con mi ex, al primero que tras la ruptura me comío la boca, yo le comí la polla. Me lo pidió y lo hice. Así, sin más. No tenía ni idea de cómo hacerlo, y ni siquiera era algo en lo que hubiera pensado mucho antes, pero me lo pidió y eso fue suficiente.

Y durante los meses sucesivos, los roces, abrazos, besos y demás contactos carnales con distintos chicos, hicieron que mis ganas de follar, de ser penetrada, de culminar todo aquello, fueran cada vez más grandes y acuciantes.

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