13 diciembre 2010

CARACOLES




Esta es la historia que una vez me contó un amigo:

Mientras me encendía mi quinto cigarro por esa tarde, pensaba en lo fácil que sería vivir como los caracoles. Dejando a un lado que no sufren por la especulación del suelo, aunque puede decirse que cargan a su espalda con el peso de su hogar, son hermafroditas. Si señor, ojalá los humanos fuéramos hermafroditas. Eso solucionaría muchísimos problemas típicos entre las parejas. Y especialmente todo lo que tiene que ver con la vida sexual. Imagínate, te encuentras a una persona macho-hembra por la calle que te gusta, le propones follar, y entre los dos decidís quién da y quién recibe. Y follais durante 24 horas felizmente, sin movidas raras. No, no me he vuelto loco. Me gusta ser hombre y me gustan las mujeres. Pero a veces me sorprendo muchísimo con cosas que me pasan. Sin ir más lejos, la semana pasada estaba en casa hablando con mi mujer de la poca frecuencia de nuestras relaciones sexuales. Recuerdo aquella época dorada en que nos daba igual; en el coche, en la cocina, de sobremesa o a las tres de la mañana. Nos encantaba follar. Lo malo es que a mí me sigue gustando y parece que a ella no. Le pregunté de mil maneras las razones por las que el sexo no le apetecía, le propuse llegar a una solución, ir a un sexólogo si creía que nos podía ayudar, le prometí todo el placer del mundo, pero nada parecía hacerle cambiar de actitud. Rechazo total. Sé que las veces que lo hemos hecho últimamente ella ha accedido para hacerme callar, pero eso a mí no me gusta. Al final, para variar, acabamos discutiendo. Ella me dijo que yo no la respetaba, que sólo pensaba en follar, etcétera. Yo le dije que tenía unas necesidades, que por otro lado no entendía cómo ella no las sentía igual que yo. Se puso a gritar, yo también, se puso a llorar y yo me largué.

Eran las ocho de la tarde. Me fui a casa de Rafa (compañero del curro desde hace unos meses) a contarle esto que me había pasado y me entendió. Es un tío joven, pero parece que tiene un carro de experiencia con las mujeres. Es un guaperillas de esos que en el instituto te joden de envidia porque las tías babean por ellos. En fin, que estuvo escuchando mis razones y sinrazones, y se dio cuenta de que yo necesitaba un polvo de esos que no se te olvidan. Me sacó un whisky con hielo y me dijo que esperara un segundo en la sala, que él tenía que hacer una llamada. Cuando volvió, me dijo que había llamado a una amiga suya, Paula, a la que le encantaba follar. Con amigos, con amigos de sus amigos... Eso sí, nunca por dinero. Ella no era una puta, era como un tío: realmente le gustaba el sexo. Rafa decía que a la mayoría de las tías no les gusta el sexo. Que lo hacen para sentirse mujeres y para complacer y retener a sus hombres, pero no porque realmente les gustara. Y parece ser que Paula no era así. Yo le dije que no quería ponerle los cuernos a Ana porque estaba enamorado de ella. Pero me convenció de que yo sería capaz de arreglar mis problemas con ella mucho mejor si no pensaba con la polla, y para no pensar con la polla necesitaba desahogarme un poco antes.

Rafa me dijo que se iba a dar una vuelta por ahí y me dejó solo en su casa. Me puse otro whisky y llamaron a la puerta. Abrí y la mujer me preguntó si yo era el amigo de Rafa. Sí, soy yo, le dije. Entró y fue directamente a la sala. Era evidente que conocía perfectamente la casa, había estado allí más de una y de dos veces. Me vio con el whisky en la mano, sin saber qué coño decir y tomó la iniciativa. Me dijo que seguro que a Rafa no le importaría que ella también se tomara una copa. Así que fui al mueble-bar y le puse un whisky también a ella. Era una mujer atractiva, con estilo. No me pareció guapa, pero su manera de moverse y de hablar era provocativa. No sentamos en el sofá y brindamos a saber por qué. Creo recordar que hablamos de un par de banalidades antes de que ella se acercara a mí y me pusiera la mano directamente en el paquete. Yo había perdido la costumbre de este tipo de cosas. La miré y me guiñó un ojo maliciosamente. Entonces se puso de rodillas en el suelo y me desabrochó el cinturón y los pantalones. Me agarró la polla con una mano y se la metió en la boca mirándome a los ojos. Me la chupó hasta que se me puso como una piedra y entonces se levantó y se desnudó para mí. Primero se desabrochó los botones de la blusa, empezando por abajo, haciéndome esperar para ver sus pechos. Antes de quitarse la blusa, ya desabrochada, se quitó los zapatos de tacón y se desabrochó los pantalones. Entonces se dio la vuelta y se quitó la parte de arriba. Me moría de ganas de ver sus tetas así que le pedí que se diera la vuelta y lo hizo. Fui a levantarme del sofá para ir a tocárselas y de un empujón me hizo volver a sentarme. Entonces se bajó los pantalones, poco a poco, y me excité más aún al ver que no usaba ropa interior. Me miró y me hizo un gesto para que yo me levantara. Lo hice y me quitó la ropa del todo. Así, desnudos en la casa de Rafa, yo me sentía como un adolescente, nervioso, indeciso. Me tumbó en el suelo y me puso su coño rasurado en la boca para que se lo lamiera mientras ella me volvía a chupar la polla. Joder, qué bien lo hacía. Era toda una experta, supongo.

A continuación, se levantó y se sentó sobre mí. Me preguntó si quería que me follara ella o prefería hacerlo yo. Quedé como un tonto, creo, cuando le dije que me daba igual. Entonces ella empezó a follarme, a cabalgarme, mientras veía sus tetas saltar arriba y abajo. Verla disfrutar de esa manera era la hostia. Rafa tenía razón; a Paula realmente le gustaba el sexo. De pronto paró y se puso a cuatro patas. Me incorporé y la penetré en esa postura. Mientras lo hacíamos me pidió que le pegara y yo le empecé a dar cachetes en el culo. Cada vez que lo hacía ella gritaba y me pedía más, quería que la follara con más fuerza, más, más, más. Finalmente sentí que ella se corrió y acto seguido lo hice yo.

Había sido el sexo más salvajemente placentero que había tenido en la vida. Entre otras cosas porque era con una desconocida que estaba caliente. No me podía creer lo que había pasado, pero me sentí de puta madre. Después de hacerlo, ella se vistió, despacio, sin demasiada prisa. Nos reímos un poco de la situación, le dije que me había gustado mucho y ella opinó lo mismo. Le dije que encantado de haberla conocido y se marchó.

Me quedé esperando a Rafa, que llegó a las tres de la mañana con una pelirroja que estaba bastante buena, ambos borrachos. Le dije que muchas gracias por el favor y me fui a mi casa. Me preocupé de no tener restos de pintalabios y cosas así en la piel o la ropa, porque no se lo iba a contar a mi mujer ni quería que sospechara nada. Cuando llegué, ella estaba en la cama leyendo un libro. Me dijo que no podía dormir pensando en lo que habíamos hablado / discutido esa tarde. Yo le dije que también había pensado bastante en el tema y había ido a casa de mi compañero Rafa a hablar con él. Me creyó sin rechistar, pero eso no fue lo más sorprendente. Lo fuerte de la historia es que tras esta breve conversación que tuvimos, se levantó de la cama y vi que llevaba un camisón transparente sin nada debajo. Se acercó a mí y me dijo: Cariño, tengo un regalito para ti. Me arrancó la camisa y empezó a chuparme los pezones. Yo no sabía qué hacer. Realmente no tenía sexo con mi mujer en la cabeza en ese momento. Pero ella siguió y no quise impedírselo. Se quitó el camisón, se tumbó sobre la cama y empezó a masturbarse delante de mis ojos, cosa que nunca antes había accedido a hacer. La estuve mirando un rato y luego me quité la ropa. Yo seguía de pie, disfrutando con esa visión insospechada, y notando cómo mi erección era cada vez más notable. Cariño, ven a follarme, me dijo. Y claro, sin dudarlo, me tumbé sobre ella y la penetré. Su cara de placer cada vez que la embestía me confirmaba que quería más, y yo le daba más. Pensé que era el momento de aprovecharme de la situación y romper todas sus putas barreras. La giré y le di por detrás sin esperar a que ella me diera su consentimiento. Mientras tanto, ella se masturbaba y gemía sin parar. Volví a meterle la polla por el coño y entonces empezó a gritar. Le dije que era mi puta y ella dijo que sí, que lo era y que se iba a correr. Pude notar perfectamente como tenía su orgasmo, que fue, como me había ocurrido horas antes, el desencadenante del mío.

Tras la sorprendente sesión de sexo con mi mujer, que hemos repetido unas cuantas veces esta semana, no hará falta decir que estoy satisfecho. El cambio ha sido absolutamente positivo. Pero realmente me he dado cuenta de lo raras que son las relaciones de pareja. Quizá yo no hubiera necesitado ponerle los cuernos a mi mujer si hubiera sabido lo que iba a pasar unas horas más tarde. Quizá. Quizá ella recurrió a otro hombre como yo recurrí a otra mujer y él le hizo ver que el sexo era la leche. No, no, esto último seguro que no.

En definitiva; ser caracol sería más fácil, seguro, pero también más aburrido.

1 comentario:

  1. Bonita historia. Está claro que es difícil compaginar una larga vida en pareja y buen sexo. Y los 'cuernos' no siempre son algo negativo.

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